Diariamente me inserto en el
aire que pasea por sus curvas, por sus cavidades húmedas y excitantes
que despliegan el aroma, que quiero penetre en mis glándulas
pituitarias. Sus ojos reflejan el alma que devoro en todo momento y que
quiero arrastrar eternamente a mi lecho maldito e incrementar la
satisfacción de orgasmos incontenibles que no tendrán fin.
Siempre la observo pasar, cuando va paseando por el mar rojo, en las tardes en que la calma de alejarse de su consorte, la trae a mí. La trae a mí aunque no me vea, porque desde que nació, el pensamiento la ha hecho mía, me la ha entregado el universo y su inmensidad es poca para cada lugar donde quiero llevarle, poseerle sin ninguna limitación. Cuando se sumerge en las aguas del mar rojo, yo también me deposito en ellas, le rodeo en su desnudez, la impregno con mi pestilencia y acaricio cada uno de sus poros, en una sinfonía que hago escuche. Sí, le hablo con la música que aún no existe, pero que pertenece a la vida, que no ha sido tocada todavía, pero está esperando a los virtuosos que copulen con ella.
Detesto la compañía que dios ha puesto para ella. Ese maldito Edén, que más que esposo, es otro idiota postrado ante cualquier migaja de la misericordiosa ayuda de su creador. No es más que otro vástago infame que lame sus pies en busca de su cielo y que menosprecia a su mujer, que podría brindarle enormes placeres. Placeres que desconoce o que no interesan, pues su ceguera le impide vislumbrar lo que contiene el pensamiento, la delicia de la mujer. Por eso después de unirme a ella, juntos le empalaremos y destruiremos con ello la “sagrada” obra del creador. ¡Mmm!, qué deleite. Ya quiero imaginar la ira que tendrá el maldito allá en los cielos. Más tendrá cuando me vea pasar con ella por las aguas de su creación.
Es el momento de mostrarme a ella. En este mar rojo consumaré todo mi pensamiento en su cuerpo. Suavemente llegaré por medio del viento, la rodearé con la brisa y apareceré repentinamente.
Ella más que miedo, expresó curiosidad. Al parecer mi figura, le pareció atractiva. Debía parecerle, pues me dibujé como lo más hermoso que ni siquiera dios es capaz de imaginar. Él no conoce el arte, la sofisticación y la belleza, eso lo llevamos nosotros los marginados en el ADN de nuestro ser. Desperté en ella el erotismo y éste, conjugado a su curiosidad innata, la trajo a mí. Juntos hicimos una danza eterna en esta noche gris, donde los cuerpos conjugaron versos escritos con nuestro sexo y declamaron a la luna. Luna congelada, luna llena expectante, la hermosa Selene nos observa desde el tiempo detenido, donde poseo el cuerpo de esta virgen mujer y la llevo a la cúspide de la satisfacción y el placer, de esta noche árida que empapamos con nuestros cuerpos húmedos, sudorosos.
Al despertar la mañana la hallé frente a mí. Estaba bañada en sangre y su rostro reflejaba inmortalidad, una calma eterna. Los cielos se oscurecieron, el maldito ya lo sabía, Lilith había destruido la semilla de su creación. Sus colmillos se alargaron y su rostro se hizo pálido, la muerte misma dibujada en él. Juntos descendimos al inframundo y pasamos fuegos eternos, uno junto al otro.
En la calma de nuevos días, la tierra tiene ahora dos neófitos del creador. Un hombre de contextura fuerte, pero con un cerebro débil e insignificante y, junto a él, otra deidad exquisita, sublime, de piel suave, pálida y blanca. Desde lejos puedo olfatear su virginidad, será mía antes de terminar la noche. Sí, ella y cuantas vengan serán mías. Una tras otra serán victimas del provocador placer que produce mi paso. Ya puedo sentir el placer…
Ken Higen
Siempre la observo pasar, cuando va paseando por el mar rojo, en las tardes en que la calma de alejarse de su consorte, la trae a mí. La trae a mí aunque no me vea, porque desde que nació, el pensamiento la ha hecho mía, me la ha entregado el universo y su inmensidad es poca para cada lugar donde quiero llevarle, poseerle sin ninguna limitación. Cuando se sumerge en las aguas del mar rojo, yo también me deposito en ellas, le rodeo en su desnudez, la impregno con mi pestilencia y acaricio cada uno de sus poros, en una sinfonía que hago escuche. Sí, le hablo con la música que aún no existe, pero que pertenece a la vida, que no ha sido tocada todavía, pero está esperando a los virtuosos que copulen con ella.
Detesto la compañía que dios ha puesto para ella. Ese maldito Edén, que más que esposo, es otro idiota postrado ante cualquier migaja de la misericordiosa ayuda de su creador. No es más que otro vástago infame que lame sus pies en busca de su cielo y que menosprecia a su mujer, que podría brindarle enormes placeres. Placeres que desconoce o que no interesan, pues su ceguera le impide vislumbrar lo que contiene el pensamiento, la delicia de la mujer. Por eso después de unirme a ella, juntos le empalaremos y destruiremos con ello la “sagrada” obra del creador. ¡Mmm!, qué deleite. Ya quiero imaginar la ira que tendrá el maldito allá en los cielos. Más tendrá cuando me vea pasar con ella por las aguas de su creación.
Es el momento de mostrarme a ella. En este mar rojo consumaré todo mi pensamiento en su cuerpo. Suavemente llegaré por medio del viento, la rodearé con la brisa y apareceré repentinamente.
Ella más que miedo, expresó curiosidad. Al parecer mi figura, le pareció atractiva. Debía parecerle, pues me dibujé como lo más hermoso que ni siquiera dios es capaz de imaginar. Él no conoce el arte, la sofisticación y la belleza, eso lo llevamos nosotros los marginados en el ADN de nuestro ser. Desperté en ella el erotismo y éste, conjugado a su curiosidad innata, la trajo a mí. Juntos hicimos una danza eterna en esta noche gris, donde los cuerpos conjugaron versos escritos con nuestro sexo y declamaron a la luna. Luna congelada, luna llena expectante, la hermosa Selene nos observa desde el tiempo detenido, donde poseo el cuerpo de esta virgen mujer y la llevo a la cúspide de la satisfacción y el placer, de esta noche árida que empapamos con nuestros cuerpos húmedos, sudorosos.
Al despertar la mañana la hallé frente a mí. Estaba bañada en sangre y su rostro reflejaba inmortalidad, una calma eterna. Los cielos se oscurecieron, el maldito ya lo sabía, Lilith había destruido la semilla de su creación. Sus colmillos se alargaron y su rostro se hizo pálido, la muerte misma dibujada en él. Juntos descendimos al inframundo y pasamos fuegos eternos, uno junto al otro.
En la calma de nuevos días, la tierra tiene ahora dos neófitos del creador. Un hombre de contextura fuerte, pero con un cerebro débil e insignificante y, junto a él, otra deidad exquisita, sublime, de piel suave, pálida y blanca. Desde lejos puedo olfatear su virginidad, será mía antes de terminar la noche. Sí, ella y cuantas vengan serán mías. Una tras otra serán victimas del provocador placer que produce mi paso. Ya puedo sentir el placer…
Ken Higen